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La importancia del afecto en la primera infancia

La importancia del afecto en la primera infancia

¿Puede la falta de afecto en la infancia tener graves consecuencias psicológicas? Gracias a los estudios sobre la formación del apego y los efectos de la separación entre bebés y madres, sabemos que sí es posible.

Los vínculos de afecto y apego son necesarios para el desarrollo adecuado de un bebé, y la separación de las figuras de apego, dependiendo del momento y la duración, puede ser devastadora. René Spitz estudió las alteraciones psicológicas en niños institucionalizados u hospitalizados separados de sus madres y encontró que en casos severos, podría ocurrir la muerte por emaciación.

John Bowlby estudió cómo se forma el vínculo entre madre y bebé, y Mary Ainsworth describió diferentes patrones de apego. En este artículo, revisaremos su trabajo y los hallazgos de Spitz.

Apego: definición, importancia y patrones de apego El apego es un fuerte vínculo emocional que se establece entre el niño y la figura de apego (generalmente la madre), que los impulsa a permanecer juntos. Es importante para fomentar la exploración ambiental, facilitar el aprendizaje y promover un adecuado desarrollo físico y mental. John Bowlby estudió cómo se forman los vínculos de apego y las fases de su desarrollo. No es hasta la etapa 3, que comienza alrededor de los 7 meses, que comienzan a aparecer las formas propias del apego y la ansiedad por separación y la ansiedad por los extraños. En las dos etapas anteriores, el niño puede mostrar preferencia por un cuidador sobre otro pero no protesta por la separación.

Mary Ainsworth diseñó una situación de laboratorio llamada Situación Extraña, que permitió estudiar las separaciones entre los niños y sus figuras de apego en un ambiente controlado. Al observar el comportamiento de los niños durante la separación y el reencuentro, describió tres patrones de apego: Grupo A: Apego evitativo/inseguro. Grupo B: Apego seguro. Grupo C: Apego inseguro ambivalente/resistente. Estos patrones de apego se consideran universales y aparecen en diferentes culturas. Posteriormente, se identificó un cuarto tipo de apego, el apego desorganizado/desorientado (Grupo D).

Separación de las figuras de apego: efectos a corto plazo La separación de un niño de las figuras de apego antes de los 6 meses no parece causar muchas dificultades ya que el apego aún no está completamente establecido. Sin embargo, entre los 6 meses y los 2 años, los niños son especialmente vulnerables a la ansiedad por separación. Bowlby estudió los efectos a corto plazo de la separación y la progresión de los síntomas ansioso-depresivos, describiendo tres fases: La fase de protesta dura entre una hora y una semana y comienza cuando el niño toma conciencia de que está solo. Se caracteriza por intentos activos de recuperar la figura de apego, haciéndoles señales (llanto, gritos...) y rechazando la ayuda de los demás. Si se produce un reencuentro, las conductas de apego se intensifican. Fase de ambivalencia o desesperación: el niño muestra mayor ansiedad y desesperanza y puede exhibir comportamientos regresivos. Al reunirse, pueden actuar con indiferencia o incluso hostilidad. Fase de adaptación: el niño se adapta a la nueva situación y puede formar nuevos vínculos con nuevos cuidadores.

Efectos a largo plazo de la separación: depresión anaclítica, hospitalismo y emaciación. En los casos en que el niño no logra adaptarse a la pérdida, pueden ocurrir consecuencias graves como retraso intelectual, problemas de socialización e incluso mortalidad. Spitz estudió cómo la separación temprana de la madre podía provocar diversas enfermedades psicógenas. Sus estudios se basaron en la observación directa de niños institucionalizados u hospitalizados durante períodos prolongados. También comparó el desarrollo de los niños criados en instituciones con el de los criados en cárceles de mujeres junto a sus madres.

La depresión anaclítica es un tipo de depresión causada por una privación emocional parcial, que suele durar entre 3 y 5 meses. Los síntomas pueden desaparecer al restablecer una relación afectiva con la madre, la figura de apego, o cuando son adoptados y forman nuevos vínculos. También se le conoce como síndrome de hospitalismo porque se observaba en niños que habían sido abandonados a las puertas de instituciones que podían acogerlos (hospital, orfanato, convento...). El término hospitalismo se utiliza para describir profundas alteraciones físicas y psicológicas en niños abandonados o que han estado hospitalizados durante un largo período.

En este ambiente y bajo estas condiciones, es común que el cuadro depresivo se cronifique y se desarrollen problemas cognitivos y sociales. Entre las alteraciones más significativas descritas por Spitz en esta condición se encuentran: Retraso en el desarrollo corporal. Destreza manual retrasada. Menos uso del lenguaje. Menor resistencia a las enfermedades. En casos de privación emocional total, la condición puede progresar hasta llegar a la emaciación, lo que podría provocar la muerte del niño. Estos niños presentan extrema delgadez y déficits nutricionales y emocionales.

¿Por qué la emaciación puede provocar la muerte? Médicamente, la emaciación es un tipo de desnutrición extrema que se produce antes de los 18 meses porque la madre deja de alimentar al bebé. El déficit nutricional es tan grave que puede provocar la muerte si no se trata a tiempo y las complicaciones no se resuelven. Sin embargo, se ha observado que no sólo se produce por un déficit nutricional sino también por la ausencia total de afecto en los bebés. A menudo, los niños institucionalizados no tenían oportunidad de formar vínculos emocionales.

El llanto, la agitación, la desesperanza y otros retrasos en el desarrollo van seguidos del cese del llanto, miradas perdidas, falta de capacidad de respuesta al entorno, largos períodos de sueño y pérdida total del apetito. Es como si los niños se desvanecieran poco a poco. Gracias a los estudios de Spitz se realizaron reformas en las condiciones de hospitalización e institucionalización de los niños. Su trabajo demostró que incluso si los niños institucionalizados cubrieran sus necesidades nutricionales, había otras necesidades igualmente importantes que, si se descuidaban o no se atendían, se convertían en obstáculos para su desarrollo.

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